sábado, 11 de febrero de 2012

Comienzo Alternativo: Tierra (I)

Hoy comienzo la recuperación de un relato (en tres partes) con el que participé durante mi estancia en la UAM en un concurso literario. No gané, de hecho ni me acerqué, pero no está tan mal como uno espera encontrar ciertas cosas con el paso del tiempo. He intentado modificarlo lo menos posible.

TIERRA (I) de Ignacio Garrido Muñoz

He visto un mundo en el que hombres y árboles se comunican, hablan entre sí. Un mundo en el que desde la entrada de tu casa puedes nadar hasta tu trabajo y jugar con tus hijos entre algas ramificadas y helechos polimorfos que te acarician los pies mientras contemplas un valle verde y frondoso de enormes abetos subacuáticos y bloques de edificios que nacen bajo el agua. No lo he visto porque lo haya imaginado en mis sueños, lo he visto porque ella me lo ha mostrado, porque es un deseo que no puede llegar a no cumplirse, porque la alternativa a ese mundo es la desolación de otro cubierto por frías aguas contaminadas, pobladas de bacterias y organismos microscópicos que se devoran los unos a los otros mutando y adaptándose cada nueva generación a más oscuridad y menos calor.

El mundo que nos aguarda comenzará dentro de unos cuatrocientos años y llegará a ser el mundo que os describo doscientos años más tarde. Cuando los recursos naturales generadores de la codicia del siglo XX y del siglo XXI, se agoten definitivamente a finales del 2095, el hombre luchará entre sí por las fortunas amasadas en los cuatro países más ricos del planeta, que sumarán casi el total de la riqueza mundial. Los acontecimientos se desarrollaran de forma trágica pese al pacto de desarme y eliminación nuclear de mitad del siglo XXI, empleando para defender sus respectivos intereses tres de esos cuatro países las armas de absorción de energía, en principio calculadas como medio de contención a las enormes migraciones humanas de los países pobres hacia los ricos, creando escudos de fuerza no violenta en las fronteras. Irónicamente estas armas y su uso continuado acabarían necesitando de tal cantidad de energía que las tres grandes potencias que las usaron redujeron sus recursos hasta agotarlos dándose cuenta demasiado tarde de las consecuencias de su decisión.

Las masas de población de los países pobres acamparon en las fronteras de los países ricos sin poder entrar, muriendo durante varias generaciones y descendiendo de forma exponencial el número de supervivientes de cada nueva generación. Algo similar ocurriría en el interior de los países ricos, aunque los propios gobiernos impedían que este hecho se difundiese fuera de las fronteras. En el interior las familias al principio estaban limitadas a tener un solo descendiente, pero esto cambiaría con el tiempo, siendo el sorteo genético entre los más afortunados el que decidiría quienes verían el siguiente e incierto paso de la existencia del hombre en la tierra, además de cargar con la responsabilidad de decidir que hacer con los nuevos problemas que les aguardaban y que sin duda aumentarían durante sus vidas. Tan solo uno de cada setecientos cincuenta sobreviviría en el interior de los países afortunados con cada nueva generación. Tan solo uno de cada noventa mil sobreviviría fuera.

Los escudos eran comparables a unas grandes redes de energía electromagnética que repelían cualquier intento de ser atravesados o destruidos. Como un gran electroimán que rechazaba no solo las partículas cargadas con el polo contrario, sino todo lo que se le aproximase. Tocarlos no dolía, era como lanzarse contra la pared de un castillo de aire, te introducías sensiblemente en el escudo y te lanzaba hacia fuera, cuanto más intentabas introducirte, más lejos salías despedido. Durante años y años se intentó atravesar los escudos con fuego, explosivos, cargas de plasma, electricidad, sin ningún resultado. Cuanta más energía se empleaba en intentar destruirlos o debilitarlos más fuertes se hacían y a su vez menos energía debían emplear en el interior de los países protegidos por los escudos para su mantenimiento. Fue el sistema de defensa más revolucionario y exitoso de la carrera armamentística del hombre moderno y a la larga el más catastrófico en la historia de la humanidad. La energía que este dispositivo requería debía ser constante, pero al cabo de ciento cincuenta años la exigencia energética comenzó a aumentar. Su creador había muerto muchos años atrás y dada su infalibilidad durante tanto tiempo nadie se había aventurado a mantener que el estudio sobre el sistema en cuestión fuese necesario, simplemente lo mantenían y supervisaban una serie de técnicos que poco sabían en el fondo del complejo sistema de propagación de los escudos.

Asimismo al cabo de dos generaciones, de entre los científicos elegidos como candidatos a tener descendencia, se había excluido por completo a los estudiosos de los campos de fuerza y la antimateria. Las necesidades inmediatas premiaban sobre los posibles avances de un futuro que nadie sabía con certeza si llegaría realmente. Por todo estos hechos, una vez los escudos comenzaron a absorber más energía de la que se tenía prevista nadie supo averiguar el por qué de este hecho y por supuesto nadie supo como resolverlo, por lo que se decidió seguir manteniéndolos, pese al enorme gasto que supondría en previsión de un mal mayor si estos se desconectaban. La energía se restringió de otras fuentes de consumo, declaradas entonces como secundarias. Fue en ese punto cuando todo comenzó a empeorar dentro de los países ya no tan prósperos.

No obstante el cuarto país que decidió no emplear sus defensas contra las poblaciones necesitadas no corrió mejor suerte. Pese a su lejanía respecto a estos países, se vió invadido por mucha más gente de la que debió prever su gobierno, que contemplaría su alejamiento geográfico como una ventaja a la hora de no recibir las enormes migraciones que los otros países sufrían. No fue así. Se intentó realizar un reparto adecuado, pero muchos de los foráneos vieron esto como un ultraje a sus esfuerzos de haberles robado a su vez a todos esos pueblos durante tantos años los recursos que ahora se querían repartir. Las dos facciones en las que se subdividió el país se enfrentaron en revueltas que acabaron con la eliminación de casi la totalidad de la población al hacer detonar el líder radical de los foráneos un dispositivo de pulso vital, una bomba que nadie se había atrevido a probar nunca y que en teoría provocaba la muerte biológica a cualquier ser vivo en un radio limitado pero desconocido. Este artefacto fue uno de los últimos avances en la carrera de armamento y que como muchos otros, nadie pensó en que se llegaría a utilizar en un conflicto real, pero cuando se tiene un arma se acaba utilizando, ese es su fin, ser usada pese a quien pese. Es lógico pensar que lo último en lo que pensó aquel hombre antes de detonar la bomba fue en ese razonamiento tan absurdo y común en el hombre: “O para mí, o para nadie”...

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